Revista CENTRA de Ciencias Sociales
| Julio-diciembre 2025 | vol. 4 | núm. 2 | pp. 197-201

ISSN: 2951-6641 (papel) 2951-8156 (en línea)

https://doi.org/10.54790/rccs.138

P. Burke. Ignorancia. Una historia global.
Madrid: Alianza Ensayo, 2023

Jorge Bolívar

Universidad de Sevilla, España

jorgutbol@alum.us.es



Puede parecer una paradoja que, tras una larga carrera dedicada al estudio histórico del conocimiento y su difusión, Peter Burke (Stanmore, Reino Unido, 1937) haya dedicado su ensayo más reciente al papel de la ignorancia en las sociedades humanas. Pero como el mismo autor explica en el prefacio, se trata de un devenir lógico: al explorar la sabiduría se expone la amplitud de lo que no se sabe, de la nesciencia, y se visualiza el fenómeno de la ignorancia como motor de la historia. Señala Burke que el análisis del conocimiento quedaría incompleto sin un examen de lo que se ignora, una conclusión derivada de su larga trayectoria como investigador. No hay que olvidar que Burke publicó su Historia social del conocimiento: de Gutenberg a Diderot, y la segunda parte, Historia social del conocimiento: de la enciclopedia a Wikipedia, hace ya 23 y 13 años respectivamente, y que El polímata, su obra sobre los sabios multidisciplinares, data de hace solo tres años1. Desde entonces el interés por la ausencia del conocimiento, como antítesis del conocimiento mismo, ha ido escalando en la labor académica de Burke. Por ejemplo, como antecedente del libro que ahora reseñamos se encuentra sin duda el seminario que impartió en 2021 en el Lund Centre for the History of Knowledge en la universidad sueca de Lund, junto a otro interesado en el estudio de la ignorancia, Lukas M. Verburgt. Existen además dos recientes artículos de Burke dedicados a la importancia de la ignorancia: «Introduction: Histories of Ignorance» en el Journal for the History of Knowledge, de 2021, y «History of Ignorance: a 21st Century Project», en la revista Physis del año 2022 (pp. 155-170). El paulatino interés de Burke en el papel histórico de la ignorancia no debe, pues, encontrarnos desprevenidos.

La primera precisión de Burke es que no hay una clase de ignorancia, sino que se trata de un concepto plural. Está la ignorancia de simplemente no saber que no se sabe, junto a la ignorancia de saber que no se sabe y la ignorancia del no querer saber. Cada uno de estos tipos tiene su propia casuística y sus consecuencias. El no saber que no se sabe es la ignorancia profunda, «la falta de conocimiento de la existencia de ciertos temas, incluyendo la carencia de los conceptos necesarios para plantear estas preguntas» (p. 28). El saber que no se sabe supone un grado inferior de ignorancia, pues, afirma Burke, el sujeto es consciente de su falta de información: la ciencia, por ejemplo, ha avanzado gracias a buscar respuestas a los ignotos que se percibían como tales. Este segundo tipo de ignorancia, si va acompañada de la curiosidad, resulta en un motor positivo para la historia, «el esfuerzo por rellenar las nieblas conscientes del conocimiento» (p. 122). El tercer tipo de ignorancia especificado por Burke es el más presente, señala, en la actualidad: no querer saber, o rechazar aquello que puede saberse, pero se contrapone a nuestros valores o creencias. El autor no culpa a cada individuo de esta última actitud: en un mundo de sobreinformación como el siglo XXI resulta complejo seleccionar qué fuentes son fiables o no. Cerrar los ojos a la realidad que no se adecua a nuestros esquemas mentales es hoy más fácil que nunca, pues gracias a la enorme difusión de las nuevas tecnologías comunicativas siempre se pueden encontrar argumentos dialécticos que reafirmen nuestra ignorancia. La extensión actual de las fake news, sobre las que Burke precisa que no se trata de un fenómeno nuevo sino de gran tradición histórica en la comunicación social, se debe precisamente a la sobredosis de información y a la ausencia de una capacidad crítica individual («fallo de filtrado», p. 19). Como señala el autor, una extrema certeza también lleva a la ignorancia, y la posverdad se arma con estos elementos: «La humanidad como un todo es más sabia que nunca, pero la mayoría de los individuos saben poco más de lo que sabían sus antepasados» (p. 63).

Tras la presentación del tema (y su confesión de las dudas que le acarrea, pues un libro sobre la ignorancia, dice, bien podría tener las páginas en blanco), Burke ha elegido dividir el ensayo en dos partes, una primera sobre los mecanismos de implantación de la ignorancia en la sociedad, y otra sobre las consecuencias del fenómeno. Con una erudición asequible únicamente a un académico de tan larga carrera, el autor señala que la extensión de la ignorancia no es siempre responsabilidad de alguien, pues obstáculos naturales, físicos o cognitivos eximen a la humanidad de alcanzar ciertos grados de conocimiento; e incluso, señala, cualquier sabiduría nueva supone la exclusión de saberes más antiguos. Pero también explica las «ventajas» de la ignorancia, entendida como medio de poder. En concreto, Burke especifica tres áreas donde la ignorancia ha sido especialmente útil para el control social: la religión, la ciencia y la geografía. En la segunda parte, dedicada a las consecuencias de la nesciencia, profundiza aún más, y añade la supremacía racial, el machismo al mantener a la mujer en el desconocimiento y la estratificación por clases, al conjunto de actitudes de poder que han favorecido la escasa extensión de la sabiduría. El factor de crítica histórica añade una dimensión más al libro, pues la ignorancia se muestra como una herramienta útil que ha cumplido un papel esencial en el mantenimiento de estructuras sociales dominadas por élites.

El autor muestra una larga lista de ejemplos en cada una de las dos partes del volumen, en un ejercicio que demuestra su enorme bagaje cultural. Sin embargo, dentro de un ensayo dotado de gran consistencia, la enumeración continua de casos concretos sin profundizar en ninguno se muestra como la parte menos sólida. Hubiéramos agradecido que algunos de los ejemplos citados como consecuencias históricas de la ignorancia dispusiesen de un análisis más pormenorizado, aun a costa de citar menos casos. Sin embargo, esta orientación hace que el libro ofrezca dos niveles de lectura: uno adecuado para el mundo académico, pues lo que Burke intenta es abrir el camino a un nuevo campo de investigación, el papel social de la nesciencia, y otro para el lector ocasional y no especializado, que disfrutará de las anécdotas y casos concretos expuestos por el autor. Esto hace que el libro sea atractivo como lectura para el público general, lo cual no es un mérito menor al plantear de manera didáctica y accesible un tema tan árido como el estudio histórico del no-saber.

En teoría social de la comunicación, las implicaciones del libro que reseñamos son enormes por cuanto supone introducir un elemento disruptivo en la cadena Emisor → Mensaje → Receptor: la capacidad o voluntad del receptor de comprender el mensaje en el sentido que el emisor desea. La historia cultural, de la que este autor es uno de los grandes representantes, ya ha añadido numerosos factores de distorsión en la comunicación social que antes no se tenían en cuenta. Ahora Burke incorpora la ignorancia a esta lista de condicionantes. La situación personal del individuo se consagra como clave para el exitoso cumplimiento del proceso comunicativo. Si el receptor carece de la información previa necesaria para comprender la nueva información, el mensaje no tendrá utilidad pues no alcanzará su meta comunicativa; del mismo modo, aunque el receptor disponga de la competencia simbólica precisa para comprender, sus creencias, convicciones e ideología condicionarán su nivel de aceptación del mensaje, que puede ir de la credulidad acrítica a la recepción efectiva o al rechazo del contenido. Las condiciones individuales del receptor, pues, resultan esenciales en la difusión social de información y, como Burke señala, no podemos obviar que el grado de ignorancia, voluntaria o no (el «no saber que no se sabe» o el «no querer saber»), es un elemento a tener en cuenta. El receptor ha dejado de ser un sujeto pasivo para pasar a componente activo en el proceso de transmisión colectiva de mensajes. La ignorancia como herramienta del poder también entra en juego, tanto en la limitación del contenido de los mensajes como en la eliminación directa de los mismos mediante la censura o el secreto. Burke ofrece en este libro una montaña de ejemplos que fortalecen tales posiciones.

Si la primera parte del libro ahonda en lo que, también paradójicamente, podríamos llamar epistemología de la ignorancia, la segunda parte se centra en las consecuencias de la nesciencia. Más concretamente, en la ignorancia del poder y de las élites, las que tienen la capacidad de ejecutar acciones sociales decisivas. El acceso al conocimiento por parte de las élites les asegura determinado grado de control, pero no el acierto. Ya sea porque la información se pierde en la cadena de gobierno (por ejemplo, en el caso de las erróneas decisiones de Hitler en la invasión de la Unión Soviética, donde manejaba divisiones que ya habían sido destruidas), o porque el sesgo emocional del gobernante impide una correcta evaluación de la información (un caso que cita Burke es la colonización británica de la India, donde los prejuicios raciales impidieron una valoración real de la situación), o bien simplemente por ignorancia de primer grado («no saber que no se sabe», como en el ejemplo de la conducta del Antiguo Régimen justo antes de la Revolución francesa), la ignorancia se convierte en un motor decisivo del devenir histórico, iluminando por qué se tomaron decisiones que sin tener en cuenta este elemento serían inexplicables. En este sentido, y de forma elegante, Burke nos recuerda que estudiar la historia es el mejor instrumento para no repetir errores anteriores. El desconocimiento global del pasado empuja a reproducir actitudes irresponsables y a reincidir en equívocos catastróficos. Es destacable que el autor incluya a la política española reciente en estos casos de amnesia histórica que llevan a la ignorancia y a la toma de decisiones erróneas: según él, el olvido de lo que ocurrió en la Guerra Civil, la dictadura franquista y la posterior transición está llevando a nuestro país a la fractura social. La unión de las fuerzas políticas y sindicales en un objetivo común fue entonces decisiva para una consecución exitosa del edificio democrático; pero la amnesia (un proceso de ignorancia sobrevenida) y el progresivo desconocimiento de esa etapa histórica en las generaciones más jóvenes, e incluso entre las élites políticas, están llevando, según Burke, a una debilitación sociopolítica de nuestro entorno nacional. «Ahora que prácticamente nadie recuerda la Guerra Civil, la democracia española parece cada vez más frágil» (p. 365).

Esta idea de Burke de la retroalimentación de la ignorancia, que de instrumento de control social llega a mutar en una trampa para las propias élites que gestionan el conocimiento, resulta sumamente interesante al elevar la nesciencia a factor clave de las dinámicas históricas. Lo que entendemos por racionalidad supone la toma de decisiones lógicas basadas en una información correctamente analizada; pero si la información es incorrecta o el análisis se halla mediatizado por elementos como los prejuicios, la soberbia o un nuevo tipo de ignorancia (la de «no saber que se sabe», es decir, ignorar el conocimiento que sí poseemos), las decisiones serán irracionales, y por tanto no correspondientes a lo que esperaríamos de un proceso histórico dirigido por seres humanos poderosos sin esta clase de interferencias. La ignorancia (o «las ignorancias», como prefiere enunciar Burke) aparece así como un actor histórico de primer orden que explica caminos erróneos y en muchas ocasiones de consecuencias mortíferas. En esta línea, la reflexión de Burke lleva a plantearnos la confusión del actual momento histórico, donde la ignorancia ya no proviene de la falta de información, sino de su exceso y de la resistencia de la población de acceder a tal cantidad de información en su conjunto. La sobredosis de información de nuestros días configura una burbuja de ignorancia incluso entre los individuos considerados cultos («expertos en un campo pero ignorantes de todo lo demás», p. 282) y no digamos ya entre la población de bajo o medio nivel educativo, donde priman las opiniones sobre la adquisición de conocimientos. En este sentido, la información está más disponible que nunca gracias a las nuevas tecnologías y a la apertura social del papel del emisor. Hoy todos podemos ser emisores y con una capacidad históricamente inédita de difusión de nuestros mensajes, pero el acceso a toda esa información se ve relegado simplemente por la necesidad del receptor de elegir sus fuentes en el maremágnum de conocimiento disponible. La mayoría de este conocimiento es lo que Burke llama «material redundante» que, razona, «ahoga la información relevante» (p. 244).

Una historia de la ignorancia escrita de forma tan erudita no es la única paradoja del libro, que está muy lejos de la otra opción, la de escribir sobre la ignorancia con hojas en blanco. Al contrario, Peter Burke elige el camino de azotar la selva de la historia con un machete argumental que permita abrir claros en la confusión actual, y que puede llevarnos también a una interpretación nueva de los procesos sociales que tengan en cuenta el factor del ignorante, sea gobernante o gobernado. Este ensayo consolida la historiografía de la ignorancia y, como el propio autor pide, augura una profundización en un campo de estudios académicos hasta ahora poco transitado.

Notas